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Archive for marzo 2010

¿Son los animales salvajes los que entre las plantas, la tierra y el humus dejan apenas las huellas? Son los que se cuidan de esconder el cuerpo detrás de una rama de olor halo y pasto. Los espejos de agua los ven pasar. ¡Quién pudiera apropiarse de esas imágenes! Los espejos de agua son muy profundos, pero no tienen memoria. Las pistas: los pelos, el resto de pólvora. ¿Serán grietas o caminos al hogar de los salvajes? Las cunas vacías de los que huyen entre desayunos y mates y cenas, dicen en susurro de noche, de noche de niños, que no hay hogar, que la cuna ha quedado vacía. Entonces, si la sonaja no tiene lenguaje, o mejor, si se ha quedado muda cuando tiene que gritarle a los salvajes, y ellos se esconden con tanta suerte que ningún lenguado ha podido hablarlos: la oralidad es el terreno para los salvajes. La leyenda se teje siempre y cuando los salvajes no existan.

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2.0.

Dos  que no tienen trabajo. Uno, porteño, el otro, mendocino. Deciden hacer una serie por internet, retratan la vida de un barrio imaginario de Buenos Aires con casi nada de presupuesto, una cámara, un micrófono, poco más. Sobre todo, hinchándoles las pelotas a los amigos, personajes involuntarios pero conscientes de una historia que es y no es la suya: los porros, las mujeres, las borracheras, los personajes del barrio. Bueno, hasta ahí va bien. Pero después resulta que el de Mendoza aparece muerto, y la serie empieza a seguir la historia de la búsqueda del asesino. El problema es que el mendocino no había aparecido nunca en la serie, que de pronto dejó los temas barriales para convertirse en un policial que habla del asesinato de alguien que nunca vimos antes, pero que todos sabemos que es uno de los autores de la historia, por los créditos y porque uno de los amigotes del barrio se encarga de explicarlo, por si ese día a la audiencia le pegó para el lado imbécil. Porque claro que los amigos siguen ahí, y los porros, y las mujeres (aunque un poco menos, es cierto: cuando la historia tenga un final discernible va a servir para levantar, y ahí van a volver a aparecer), y también las opiniones inverosímiles de los personajes habituales. Así que hay un muerto que nunca estuvo antes en el barrio imaginario, y hay un barrio imaginario que empieza a tener las formas y los límites precisos de un barrio real, creo que es Núñez, pero por ahora las imágenes se mantienen lejos de los puntos icónicos. Y el porteño no aparece nunca, incluso aparece menos que antes, porque ahora la cámara tiene pretensiones de objetividad, como si fuera un noticiero o un reality show. Del juicio se sabe poco, parece que quisieran hacer evidente que no pueden entrar a filmar en Tribunales, cosa bastante probable, por otro lado. Últimamente, las ideas y las hipótesis se fueron acabando, porque no hay ningún detective entre los personajes. Los amigos fueron apareciendo cada vez menos. O mejor: tienen cada vez más presencia en la serie, pero se nota que no están ahí todo el tiempo, como al principio. La serie ya no muestra un fragmento de una reunión que duró horas y horas, sino que muestra enteros los escasos minutos en que alguno apareció. Nadie sospecha de nadie, pero eso es lo que la edición deja ver. Quién sabe. El último capítulo sólo mostró la casa del porteño, un poco de la calle, y una salida al supermercado chino a comprar algo. Una suerte de abuso de cotidianeidad. Y dura unos minutos menos que los anteriores.

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«Más negro en lo negro, más desnudo voy.
Sólo infidente soy fiel.
Yo soy tú si yo soy yo.»
P. Celan

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Érase una vez en un pequeño valle rodeado de ríos, montañas y  lagos. Todo el valle estaba habitado por jugosas frutas, plantas muy verdes, un montón de animales que allí vivían.  Sobre todo las aves. Todas pintadas con los colores del arco iris.

Érase una vez una horrible ave, tan incomprensible como detestada. Intentaba hablar y vomitaba cera que rápidamente formaba «hermosas figuras» para los felices animales habitantes del valle.

El ave era tan horrible como temerosa. Temía verse a sí misma en los espejos del agua. Adolescente y desconfiada de toda belleza aparente, ignoraba su capacidad de volar.

Todas las que compartían su raza, la conocían, y verla era tan feo como caerse del árbol durante la siesta. No había argumentos para sostener el miedo. Contra un sentimiento no se lucha, se repetía en silencio, para no vomitar mucho. Simplemente tenía formas diferentes de moverse y su aspecto no era normal.

Un día cualquiera, arbitrariamente seleccionado por la causalidad constante del devenir histórico insaturable e insaciable, el pequeño muchachito rebelde iba dando brinquitos alrededor del lago, ensuciando el viento con la saliva de sus cantos. Buscando algún pez para poder echarle eructos al sol, tan bello como sublime.
Entonces cuando estaba en busca de su carnada, un pequeño grupo de cangrejos borrachos, tan bellos como sublimes, lo llamaron amistosamente.

El ave se acerca.

-¿Qué quieren?
-Tus figuras. Cuéntanos de ellas.

Y el ave confusa, acostumbrado a la soledad. Sintió que los cangrejos deseaban conocerla. Su estado hipocondríaco fue creciendo cada más. No supo qué hacer.

El viento sopló como nunca. Muy sorprendido por la imagen, el viento sopló mucho.
Hizo bailar a unas flores que tomaban agua en la orilla. El polvillo de una flor voló.
Ingresó por la nariz del adolescente.

Los cangrejos se acercaban más y más. El maldito encontró en el miedo un poder. En el poder un vuelo. Y comenzó a volar, muy, muy alto.
Creyendo que su capacidad de volar dependía del polvillo y no de su propio cuerpo, continuó exigiéndole al viento una caricia a las flores para que ellas le entreguen su vuelo.

Y de tanto polvillo hizo de su persona un joven aceptado, decente y agradable para los habitantes del lugar.

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Fue de noche.

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El lugar es detrás de.

Un pato de lana que no sabe nadar suspira y se hunde.

Me muevo, abro los ojos y enrosco mi cola. Llueve.

Desde dónde estoy veo la lluvia, pero no me mojo. Me estiro.   

Espeso, el cielo se extiende. Está agitado en gris, mojado y hosco.

La laguna se concentra: aparece como un punto negro, donde es más profunda es oscura, y allá donde toca la orilla refleja algo de verde.

Los patos de lana vuelan en V y viven poco. Se pasan volando la mayor parte del año. A veces se mojan, les pesa la lana y caen.

A base de ramas, barro y pasto seco, mi nido está hecho en la montaña. No es mío, lo robé.

La pared del la montaña se quiebra abrupta justo después del nido y desde ahí se puede ver todo el valle. Abajo está la laguna que se llena con las lluvias de primavera y se va secando hacia el verano. Para esa época nacen los pichones de pato de lana y se alimentan durante tres días sin parar. Al poco tiempo la lana de los patos crece casi cuatro veces más y su cuerpecito queda enano y frágil entre el blanco y peludo cascarón. Son prácticamente redondos, excepto por el par de alas verdes y finas que se extienden a los costados.

Desde el nido los veo caer uno por uno. Parecen manzanas. Algunos caen en la laguna y se hunden, otros caen sobre la piedra y se transforman en verdaderas manzanas achatadas y rojas.

 A centímetros de mi nido una lombriz bicolor hizo su casa hace poco tiempo. Se puede decir que es bastante simpática, pero yo trato de ignorarla continuamente. No es que me caiga mal, sólo que en un medio tan inhóspito como en el que vivo, los amigos duran poco.         

 Una vez entablé una amistad con un pato de lana que cayó sobre mi nido. Cuando lo encontré estaba tiritando. Tenía los ojos, que eran verdes como las alas, bien abiertos y con el iris grande y limpio y la pupila muy chiquita. La mirada parecía la de un loco o algo así. Se fue en cuanto se hubo recuperado, pero la tormenta lo alcanzó poco después de que partiera. Al día siguiente volé unos kilómetros y lo encontré junto a muchos otros, algunos tenían días de muertos y la mayoría eran puro esqueleto. Así fue que entendí por qué el pato volaba. El cielo estaba tranquilo en rosa, seco y apacible. Oscurecía. Enrosqué mi cola y volé de vuelta a casa.

 

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Lléndose.

Yéndose. Como el aire blanco, como la miel, como la memoria.

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