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Posts Tagged ‘ansiedad’

Érase una vez en un pequeño valle rodeado de ríos, montañas y  lagos. Todo el valle estaba habitado por jugosas frutas, plantas muy verdes, un montón de animales que allí vivían.  Sobre todo las aves. Todas pintadas con los colores del arco iris.

Érase una vez una horrible ave, tan incomprensible como detestada. Intentaba hablar y vomitaba cera que rápidamente formaba «hermosas figuras» para los felices animales habitantes del valle.

El ave era tan horrible como temerosa. Temía verse a sí misma en los espejos del agua. Adolescente y desconfiada de toda belleza aparente, ignoraba su capacidad de volar.

Todas las que compartían su raza, la conocían, y verla era tan feo como caerse del árbol durante la siesta. No había argumentos para sostener el miedo. Contra un sentimiento no se lucha, se repetía en silencio, para no vomitar mucho. Simplemente tenía formas diferentes de moverse y su aspecto no era normal.

Un día cualquiera, arbitrariamente seleccionado por la causalidad constante del devenir histórico insaturable e insaciable, el pequeño muchachito rebelde iba dando brinquitos alrededor del lago, ensuciando el viento con la saliva de sus cantos. Buscando algún pez para poder echarle eructos al sol, tan bello como sublime.
Entonces cuando estaba en busca de su carnada, un pequeño grupo de cangrejos borrachos, tan bellos como sublimes, lo llamaron amistosamente.

El ave se acerca.

-¿Qué quieren?
-Tus figuras. Cuéntanos de ellas.

Y el ave confusa, acostumbrado a la soledad. Sintió que los cangrejos deseaban conocerla. Su estado hipocondríaco fue creciendo cada más. No supo qué hacer.

El viento sopló como nunca. Muy sorprendido por la imagen, el viento sopló mucho.
Hizo bailar a unas flores que tomaban agua en la orilla. El polvillo de una flor voló.
Ingresó por la nariz del adolescente.

Los cangrejos se acercaban más y más. El maldito encontró en el miedo un poder. En el poder un vuelo. Y comenzó a volar, muy, muy alto.
Creyendo que su capacidad de volar dependía del polvillo y no de su propio cuerpo, continuó exigiéndole al viento una caricia a las flores para que ellas le entreguen su vuelo.

Y de tanto polvillo hizo de su persona un joven aceptado, decente y agradable para los habitantes del lugar.

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