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Posts Tagged ‘La familia’

La tarde tenía ese olor a tierra mojada que dejan los caminos después de las tormentas. Claro que no logró darse cuenta porque María vivía en la ciudad. Ya hacía un tiempo que había abandonado los espacios rurales. Supongo que después de la muerte de su hijo no pensaba en ningún tipo de cambio. Mucho menos en regresar al trabajo de la tierra, al contacto con el agua. Líquido sabroso que baña los peces, futura cena del porvenir. Esos peces que son, también, compañía en las tardes de verano. Esa agua que sube de la tierra al cielo, nublado y carcomido por un ocaso de las jornadas cansadoras. Cansadoras de pasar el filo por la corteza de los árboles. Juntando leños, encendiendo el fuego. Con esa agua que apaga el fuego. Ese fuego que hace sudar a los árboles. Esos árboles que le dan sombra a las siestas de verano.

Esa vida y algunas otras más de menor magnitud se le habían negado luego de la muerte de  un hijo.

Ahora le quedaba José. El padre de su hijo. La imagen viva de su padre, que cada vez era más hermano y menos padre. La cuidad dibujaba menos esfuerzo en los cuerpos pero de a poco iba cerrando las ventanas del deseo en los ojos de María. Solo existía en historias fantásticas que ideaba en su cabeza, con su propia vida, y duraban  lo que dura un viaje en colectivo, una sala de espera, un café en la esquina, un antes de dormir. En fin, lo que hace a la vida cotidiana en la ciudad. En la rutina de tanto sitio ilusorio. Sesenta años describía el cuerpo de María. Flaco y con arrugas apenas naciendo, pies con ampollas. La nostalgia en la frente y el olvido de olvidar por la espalda.

La tarde tenía ese olor a tierra mojada que dejan los caminos después de las tormentas. María entraba a su casa, su hijo había muerto y hoy se conmemoraba un año. Un año más que los sobrevivientes le regalaban al muerto. José en la cama, los ojos cerrados, la nariz descansando sobre la almohada.

-Levantate, en un rato tenemos que salir para allá…

El cuerpo no se movía. Pasaban los minutos acompañados por los gritos de María. Comenzaba a desesperarse, sacudía al cuerpo con toda la rabia contenida de los años. Aceptó siempre el sueño pesado de su marido. Pero no lograba encontrar otras formas de vivir sin su espacio como madre. José no respondía, como siempre, solo que esta vez la tarde tenía ese olor de posibilidades lejanas. Lo sacudía más fuerte, se despeinaba, las gotas de sudor caían por la frente. Lo sacudía. No respondía.

Instantes después corría gritando hacia la estación más cercana mientras sacó sus últimos ahorros, y cuando llegó a la boletería, impávidamente impuso:

-Quiero un boleto del primer tren que salga, a donde sea, lo quiero.

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