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Archive for the ‘Basural’ Category

Estampas.

El padre de C murió de cáncer a los 63 años. Practicaba remo todas las tardes en el Club Náutico, comía sano y equilibrado, dormía regularmente. Apenas alcanzó a conocer a su nieto, que tenía casi tres meses cuando él murió. C vive al lado del mar pero nunca se baña, pinta cuadros abstractos, fuma demasiado y a la hora de comer alterna la cerveza, los huevos fritos y el chocolate. Algunos meses antes de cumplir 63, recibe la noticia de que la mujer de su hijo está embarazada, y pocos días después, a C le diagnostican leucemia. Yo recuerdo un libro que investiga la repetición de ciertos patrones de enfermedades y muertes en algunas familias, a lo largo de las distintas generaciones. C me cuenta la historia de su padre, él mismo pone el acento en los paralelismos temporales, y casi sin darse cuenta, avergonzándose de sus palabras en el mismo momento en que las dice, lamenta que el embarazo de su nieto haya sucedido justo ahora, cuando él va a cumplir 63 años.

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¿Son los animales salvajes los que entre las plantas, la tierra y el humus dejan apenas las huellas? Son los que se cuidan de esconder el cuerpo detrás de una rama de olor halo y pasto. Los espejos de agua los ven pasar. ¡Quién pudiera apropiarse de esas imágenes! Los espejos de agua son muy profundos, pero no tienen memoria. Las pistas: los pelos, el resto de pólvora. ¿Serán grietas o caminos al hogar de los salvajes? Las cunas vacías de los que huyen entre desayunos y mates y cenas, dicen en susurro de noche, de noche de niños, que no hay hogar, que la cuna ha quedado vacía. Entonces, si la sonaja no tiene lenguaje, o mejor, si se ha quedado muda cuando tiene que gritarle a los salvajes, y ellos se esconden con tanta suerte que ningún lenguado ha podido hablarlos: la oralidad es el terreno para los salvajes. La leyenda se teje siempre y cuando los salvajes no existan.

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El lugar es detrás de.

Un pato de lana que no sabe nadar suspira y se hunde.

Me muevo, abro los ojos y enrosco mi cola. Llueve.

Desde dónde estoy veo la lluvia, pero no me mojo. Me estiro.   

Espeso, el cielo se extiende. Está agitado en gris, mojado y hosco.

La laguna se concentra: aparece como un punto negro, donde es más profunda es oscura, y allá donde toca la orilla refleja algo de verde.

Los patos de lana vuelan en V y viven poco. Se pasan volando la mayor parte del año. A veces se mojan, les pesa la lana y caen.

A base de ramas, barro y pasto seco, mi nido está hecho en la montaña. No es mío, lo robé.

La pared del la montaña se quiebra abrupta justo después del nido y desde ahí se puede ver todo el valle. Abajo está la laguna que se llena con las lluvias de primavera y se va secando hacia el verano. Para esa época nacen los pichones de pato de lana y se alimentan durante tres días sin parar. Al poco tiempo la lana de los patos crece casi cuatro veces más y su cuerpecito queda enano y frágil entre el blanco y peludo cascarón. Son prácticamente redondos, excepto por el par de alas verdes y finas que se extienden a los costados.

Desde el nido los veo caer uno por uno. Parecen manzanas. Algunos caen en la laguna y se hunden, otros caen sobre la piedra y se transforman en verdaderas manzanas achatadas y rojas.

 A centímetros de mi nido una lombriz bicolor hizo su casa hace poco tiempo. Se puede decir que es bastante simpática, pero yo trato de ignorarla continuamente. No es que me caiga mal, sólo que en un medio tan inhóspito como en el que vivo, los amigos duran poco.         

 Una vez entablé una amistad con un pato de lana que cayó sobre mi nido. Cuando lo encontré estaba tiritando. Tenía los ojos, que eran verdes como las alas, bien abiertos y con el iris grande y limpio y la pupila muy chiquita. La mirada parecía la de un loco o algo así. Se fue en cuanto se hubo recuperado, pero la tormenta lo alcanzó poco después de que partiera. Al día siguiente volé unos kilómetros y lo encontré junto a muchos otros, algunos tenían días de muertos y la mayoría eran puro esqueleto. Así fue que entendí por qué el pato volaba. El cielo estaba tranquilo en rosa, seco y apacible. Oscurecía. Enrosqué mi cola y volé de vuelta a casa.

 

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Estampas.

Mucha gente busca discutir conmigo sobre política porque sabe que no estamos de acuerdo. A veces aprovecho la oportunidad para dejar deslizarse alguna cita, real o inventada, de Marx. G parte de la conclusión de que el comunismo no funciona y que es malo, lo segundo como consecuencia de lo primero, pero a lo mejor también viceversa. La lógica no es algo que prime en estas discusiones. G me dice, además, que Marx mató gente. Cuando le digo que no, que puede decir que algunos comunistas marxistas mataron gente, pero no Marx, G me contesta que no, que Marx mató gente. Cuando le digo que no, que Marx escribía libros y que era gordito, simpático y un economista, G me contesta que no, que Marx mató gente. Yo me desconcierto teatralmente y le pregunto a G por sus fuentes. Entonces G encuentra que la conversación deviene demasiado académica y me dice que, después de todo, no es tan importante, porque el comunismo no funciona.

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